El viejo colchón


Cuando llegaba el verano, no había nada mejor que coger el viejo colchón y echarlo sobre el suelo del jardín para hacer un poco de siesta.

Solía ponerlo entre las sombras del laurel y las que se balanceaban debido a las toallas siempre tendidas; era una pequeña delicia.

Todavía me acuerdo de cuando lo querían tirar, porque "los colchones de lana han pasado a la historia" porque "no era tan cómodo como los modernos" porque "se debería rehacer si te empeñas en quedártelo y no vale la pena "porque" está todo remendado " decían ...

Me comprometí a arreglarlo y guardarlo bien guardado cuando terminara el verano, para que no molestara, y me lo respetaron.

Como en vacaciones la casita del jardín se llenaba por completo, había llegado a conocer cada uno de los colchones de dentro de la casa: los de espuma que acababan tomando la forma del cuerpo, los de muelles, que más tarde o más temprano acababan pinchando e incluso los más modernos que de tanta perfección me sabía mal aplastarlos. Y es que en aquella casita de pequeñas dimensiones teníamos hasta catorce colchones, que por la noche se distribuían por las camas, por el sofá y también por el suelo. No entendía por qué, pero ninguno de ellos me gustaba tanto como el que sacaba el jardín después de comer. Lo supe más tarde.

Los colchones de dentro de la casa, impolutos y soberbios, no osaban cruzar el umbral de la puerta; no se lo podían permitir; el jardín no formaba parte de su hábitat; si lo hicieran acabarían dañados como mi colchón preferido ...

Un día de esos de dulce siesta, en un instante de duermevela, me pareció sentir la rabia y los celos de todos ellos ... pero no fue una impresión sino una realidad, porque un día que todos habíamos marchado a merendar a la viña, los colchones celosos y carcomidos por la envidia (no me preguntéis porque lo sé) en un arrebato de cólera desestimaron el miedo a salir de la casa, cogieron el viejo colchón y de tantos golpes que le dieron, se le abrieron las entrañas ...

Cuando volvimos a la casa, el espectáculo fue inolvidable: el viejo colchón extendido, mal herido y llorando porque le habían arrebatado lo que era suyo… y el jardín a rebosar de pesadillas, de dolores y de lágrimas.

¡Por fin lo había entendido todo! el viejo colchón tenía un secreto: al cabo de los años había aprendido a hacer dulce el sueño, porque tomaba con sigilo y se quedaba en su interior, todos los miedos y todas las angustias de los que dormían ...

Recogí todo lo que pude de lo que se había esparcido por el jardín, lo puse de nuevo dentro de mi colchón malherido y lo cosí decidida a no perderlo.

Este verano en la casita del jardín, lo primero que he hecho después de comer, ha sido cogerlo del garaje, desatarlo y estirarlo en el jardín entre las sombras del laurel y de las que se balancean debido a las toallas siempre tendidas.

No estoy segura de si he acabado sesteando o no, pero sí sé que llevaba muchos días preocupada por cosas y que cuando me he levantado del colchón, me ha parecido que las complicaciones se habían vuelto más llevaderas.

Gloria Vendrell i Balaguer
gener del 2015

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